lunes, 5 de abril de 2010

La nostalgia del sabio

La especialización parece mostrarse eficaz en el terreno de las ciencias, donde existen justificadamente infinidad de disciplinas y especialidades, que al restringir y concretar su campo de estudio y acción, amplían de manera inversamente proporcional su solidez y fiabilidad, [sin embargo] no es extensible en los mismos términos esta máxima al mundo de las Letras. Esto es posible, porque dentro de esta esfera, que engloba todo aquel conocimiento que en términos generales y simplificadores se conoce como los 'estudios humanísticos' y las 'ciencias sociales', el conocimiento no es o no debería ser excluyente sino acumulativo y complementario; de modo que cada brazo de este gran corpus es una pata de la sabia araña que va tejiendo cuidadosa pero perseverante, desde hace siglos, el gran tapiz de la tradición que nos sustenta y nos cobija. Una tradición europea cuyo origen podemos convenir en situar en la Grecia presocrática, en el famoso paso del mito al logos. (…) [Fue entonces] cuando comenzó a forjarse la figura del sabio, como aquél individuo que concentraba diferentes saberes bajo su persona (…). Sin embargo, esta figura del sabio, que en sus orígenes era por lo tanto una amalgama de disciplinas, tras un largo proceso histórico de variaciones y transformaciones, finalmente ha sido asimilado e identificado, en nuestros tiempos, con la del filósofo o la del pensador de un modo prácticamente exclusivo, despojándolo del resto de saberes, pero asimilándolo paradójicamente en el imaginario colectivo a las figuras sobre todo de Sócrates y de Platón. (…) en el contexto cultural actual, a principios del s.XXI, no solamente existe una idea de sabio tristemente empobrecida (relegada al campo de las letras y circunscrita popularmente al ámbito de la filosofía) sino que además, parece que su presencia y su papel en la sociedad han sido menguados considerablemente.
De este modo, desde hace ya algunos años, se intuye inconscientemente lo que podría denominarse como la nostalgia del sabio. En este sentido se percibe en Occidente una sensación de orfandad y desamparo, sin saber exactamente a qué atribuirla, por la que el ser humano se encuentra alienado de sí mismo y de los otros hombres, como si de un tiempo a esta parte caminara a oscuras, dando tumbos circulares (recorriendo los mismos errores), a tientas, fascinado por las luces intermitentes de rojo neón de la economía devoradora liberal y el mundo publicitario, clubs de la tortuosa carretera que atraviesa el desierto de su identidad, a los que se dirige como condenada polilla en torpe revoloteo. (…)Y todo ello ¿a qué es debido? ¿no será atribuible acaso al hecho de, por la obcecación en la evolución científico-tecnológica, haber descuidado el progreso del espíritu? ¿No tiene en parte razón Heidegger cuando advierte del olvido del ser como consecuencia del racionalismo cartesiano?
Para saber a dónde se dirige el hombre, y no se entienda esto como un topos retórico, debe de tomar conciencia del lugar del que proviene, de quién es, de cuál es su herencia cultural que condiciona su visión y su forma de interactuar con el mundo, en definitiva, saber qué camino está recorriendo y cuáles han sido los pasos previos que ha realizado, como ser perteneciente al conjunto de la Humanidad y su Historia, y que le han conducido hasta el punto en el que ahora se encuentra. Y esta es precisamente la menospreciada tarea del hombre de letras: la de detenerse en el camino y examinarlo para tratar de hallar cuáles deberían de ser las coordenadas siguientes que enderecen el rumbo, que de un tiempo a esta parte, parece perdido.
Por lo tanto, ante la incómoda pregunta de “¿para qué sirve la filosofía?”, la respuesta podría ser: para la conciliación. (…) En un momento en el que el ser humano está especialmente alienado de sí mismo, es más necesario que nunca volver a conectarlo con su esencia. Y para ello resulta imprescindible ese “hombre de letras” heredero vivo del antiguo sabio, como aquél capaz de mostrarle al hombre su tradición y sus orígenes y despertarle la memoria dormida. Se trata de reconciliar al hombre consigo mismo y devolverle la paz perdida. (…) los estudios humanísticos interdisciplinares permiten entender y analizar mejor la evolución cultural de una comunidad en su totalidad.
Si bien es cierto que esta visión transversal de las épocas resulta idónea para comprender la historia y la herencia cultural humanas, no puede obviarse el hecho de que con respecto a la formación que ofrecen otros estudios del ámbito de las letras más específicos, que contemplan solamente una de las disciplinas, el humanista no se siente experto en ninguna de las materias cursadas. (…) Y éste es sin duda el principal inconveniente que ofrecen a día de hoy los estudios interdisciplinares, que se ven obligados a sacrificar la especialización en pro de la transversalidad. Sin embargo, esta carencia a nivel enciclopédico11 es suplida por la adquisición de una visión flexible capaz de establecer conexiones, comparaciones e interrelaciones entre los diversos campos de estudio, a través de la adquisición de un método de trabajo y un sistema de pensamiento, que precisamente al no estar circunscritos a un ámbito concreto, están especializados en descubrir las relaciones que se dan entre diferentes ámbitos. De modo que, en cierto sentido, el humanista sería aquel experto en descubrir y estudiar las relaciones interdisciplinarias.
Dentro de este terreno de nadie, de estos espacios de fronteras diluidas desde los que poder repensar al hombre y al mundo a principios del siglo XXI, destaca de un modo especial aquél en el que convergen Literatura y Filosofía. Su vínculo inextricable reside en el hecho de que ambas utilizan como medio transmisor la palabra. Es decir, que utilizan el lenguaje para expresarse, para darse forma, para comunicar. (…) Una utilización del lenguaje que parte de una concepción del mismo como potencia capaz no sólo de generar debate o reflexión, sino de transformar la realidad, y que adquiere en razón de ello, un compromiso ineludible con el hombre. Por consiguiente, se propone la encrucijada misma entre filosofía y poesía como uno de los lugares posibles (aunque no el único) desde los cuales repensar hoy al ser humano y responder en clave actual a la pregunta que Jean Beaufret formulaba hace ya 70 años: “comment redonner un sens au mot 'Humanisme'?”.

Alba Teixidó Vilar

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