viernes, 23 de abril de 2010

Night of cultural dead. Estudios culturales y estrategias de análisis a fin de siglo

Independientemente de la disputa reciente sobre el carácter crítico o conservador de los Estudios Culturales –no hay que olvidar que este tipo de Departamento reside principalmente en el ámbito anglosajón-, resulta importante señalar en qué consiste el análisis cultural y su pertinencia en una fundamentación holista de las ciencias sociales. Mieke Bal ha dicho, por ejemplo, que el análisis cultural permite redimensionar el campo de estudio de todo aquello que podamos denominar como ‘cultura’ o, más específico aún, de los presupuestos ‘culturales’ que subyace a nuestras producciones simbólicas[1]. Para conseguir lo anterior, Bal sugiere establecer tres prioridades metodológicas en el ‘análisis cultural’: i) realizar énfasis en las prácticas culturales más que en los denominados ‘objetos culturales’; ii) recuperar la dimensión intersubjetiva en la construcción de la realidad social; iii) sustituir nuestras ‘teorías’ por el análisis de los conceptos que las componen. De este modo el ‘análisis cultural’ se reduce a ser un análisis conceptual de las prácticas culturales que son producto de relaciones intersubjetivas. Sin embargo, este tipo de propuesta metodológica corre el riesgo de explicar en términos ‘culturales’ todo producto simbólico y, por consiguiente, en no distinguir las esferas materiales, biológicas y sociales de las cuales se componen las prácticas culturales. Es más, ocurre lo contrario que con las actuales ciencias cognitivas: si las ciencias cognitivas ‘naturalizan’ todo producto humano al reducir toda explicación a su manifestación biológica; los Estudios culturales pueden ‘culturalizar’ todo fenómeno humano al señalar como explicación última los procesos intersubjetivos con los cuales se construye el mundo social. Por tanto, se trata de disolver esta falsa disyunción entre explicaciones naturalistas y comprensiones culturales a modo de evitar cierto tipo de determinismo culturalista o, en su caso, de una hiper-naturalización de la realidad social.


Ahora bien, en esta parte de mi argumentación se puede replicar que estoy reduciendo el potencial explicativo de ambos campos de investigación, tanto de las ciencias cognitivas como de los Estudios culturales y, a su vez, que no hago justicia a ninguno de ambos planteamientos. Sin embargo, para demostrar que mi preocupación es legítima, previamente debo demostrar que en algunos casos el análisis cultural puede incurrir en algo que denominaré como ‘deflacionismo epistémico’. Por ‘deflacionismo epistémico’ entiendo que el uso indeterminado del análisis cultural puede ocasionar que todo sea reducido a explicaciones ‘culturales’ y que, por esto mismo, el análisis pierda capacidad explicativa y criterios de demarcación propia. Es por ello que considero pertinente el precisar conceptualmente y delimitar el campo de estudio del análisis cultural para evitar así no sólo actitudes deflacionistas sino, en gran medida, para poder desarrollar un análisis riguroso en donde la interdisciplinariedad no se desborde en un cóctel metodológico que busque todo pero no explique nada. Veamos un ejemplo.
En Esposas y maridos (Husbands and wives, 1992) Woody Allen actúa como profesor universitario de teoría literaria y, en manos de una alumna con la que posteriormente tendrá uno de sus acostumbrados romances, recibe un ensayo final para acreditar la asignatura con el siguiente titulo “El sexo oral en tiempos de la deconstrucción”. Más allá del ingenio al que nos tiene habituados Allen, esta frase me sirve para mostrar la actitud ‘deflacionista’ en el que en ocasiones incurren los Estudios Culturales. En efecto, la profecía de Allen se cumple debido a que los actuales estudios culturales no sólo tienen como uno de sus principales objetos de análisis el ‘sexo’ y el ‘cuerpo’, sino que para ello se sirven de la deconstrucción y gramatología derrideana. El ‘análisis cultural’ de estas dos entidades evidentemente parten de una concepción semiótica del objeto y, en ocasiones, dicho análisis se sirve de ese extraño método llamado ‘deconstrucción’ –o como gustan llamarlo sus practicantes ‘im-metodo-logía’. El problema de este tipo de enfoque, según mi parecer, es que no establecen un dialogo problemático y crítico entre el ‘objeto’ como práctica cultural y el ‘objeto’ en su constitución material. Por ejemplo, algunos estudios sobre la historia de la sexualidad y las prácticas de deseo de determinadas sociedades únicamente dan cuenta de las mediaciones simbólicas que subyacen a tales construcciones semióticas, pero pocas veces explican los fundamentos culturales del transporte material de tales signos, así como los presupuestos biológicos con los cuales se edifica una práctica social -obviamente existen varias excepciones al respecto como son los estudios de Michel Foucault o Judith Butler-. En tal caso, lo que quiero subrayar es que existen ciertas entidades que por más que quieran ser tratadas exclusivamente en su dimensión semiótica, su análisis requiere del vínculo material que lo configura como el ‘cuerpo’ entendido como actor semiótico o las ‘historias de sexualidad’ interpretadas como paradigmas del deseo. La tensión entre cultura y subjetividad no puede ser explicitada sin la tensión entre sociedad y naturaleza. Además, los presupuestos de configuración ‘cultural’ del objeto deben ser explicitados a modo de señalar porqué es necesario explicar y analizar su contenido en términos culturales y no en otros. Por lo tanto, es necesario determinar los límites y alcances del análisis cultural y, para que ello sea posible, se debe realizar una teoría de la ‘teoría cultural’, una reflexión sobre los presupuestos tácitos de los estudios culturales, una metacrítica del análisis cultural para mostrar así su justificación filosófica como su validez epistémica.


Ángel Álvarez



[1] Cfr. M. Bal: “Introducción”, Conceptos viajeros en las Humanidades. Una guía de viaje, Murcia, Cendeac, 2009, pp. 9-34.

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