viernes, 9 de abril de 2010

La posibilidad de la filosofía y la contaminación de las disciplinas


(...) vemos, en un primer acercamiento, y si no somos capaces de evitar nuestros tópicos, que, por un lado, la ciencia es lo que trata lo objetivo-exterior; el arte o la estética lo subjetivo-interior y que la filosofía es la más vacía de las disciplinas por tratar al más general de los conceptos que sería el ser el cual ya no tendría espacio ninguno de consideración más que fuera en la ciencia o dentro en las artes.
Es más, si la filosofía se inmiscuye demasiado en la ciencia-técnica o en las artes, es expulsada como al más orgulloso e inútil de los enemigos. Todo ello no sin falta de razón pues si la filosofía se plantea como la dominadora de todas las disciplinas, reflexionando sobre ellas o su comunicación y les dice lo que son y lo que hacen o deben hacer, es comprensible que sea expulsada. Pero si la filosofía, por otra parte, no es más que una ciencia o un arte carentes pues no tendría ni la capacidad creativa de las artes ni el rigor del método matemático-científico, también notamos su escaso valor carencial.
Así vemos que las disciplinas quedan, en este mapa, escindidas, sintiendo la filosofía esta escisión en su seno mismo: filosofía del arte, filosofía de la ciencia, filosofía del lenguaje, etc. Y entre estas disciplinas (entre ellas la filosofía como ese polo extraño que ya no parece que tenga lugar) sólo habría luchas de poder para notar cual puede arrogarse el título de aquella que nos hace ver cómo es exactamente la realidad y, por lo tanto, el método a seguir en una diferenciación nefasta que separaría nuestras potencias y las de tales disciplinas en racionales e irracionales, en objetivas y subjetivas, en ciencias y humanidades. Se comenzaría entonces la lucha que todos conocemos entre o bien la frialdad racional-mecánica o bien el caluroso mundo onírico, o bien el holismo humanista de la filosofía que por querer decir mucho, termina por no decir nada.
Así tratada la cuestión, es decir, tomando los elementos de antemano, no salimos de la dóxa, de la opinión. No salimos de nuestros prejuicios y no alcanzamos a ninguna de las tres disciplinas en su actividad ni en su encrucijada afirmativa. Tan sólo las captamos en la mera imagen muerta y nula de su actividad intentando dominar el mundo y la política con sus órdenes extraños. Esto es, la captamos en una aporía, asfixia, como nos hace notar Teresa Oñate en su texto sobre las aporías aristotélicas: “De camino al ser”[1] o encrucijada negativa.
Pero hay otra cara que podemos rastrear. Si nos hacemos cargo de nuevo y ahora pormenorizadamente de esta encrucijada podremos encontrar múltiples caminos conectados entre ellos. Siendo la encrucijada no una aporía sino más bien una acción común como la que se da en el cine.
Es decir, si salimos del cauce de los territorios y los poderes de las disciplinas encontramos una actividad real y no belicista a la que parece que la investigación en las tres (filosofía, arte y ciencia) se entrega, obviando las luchas de poder entre ellas. Una contaminación investigadora o intersección o conjunción que nos lleva de las categorías y disciplinas fijas y separadas que configuran nuestros tópicos a una acción común que las atraviesa. Gracias a esa acción común podremos ver la importancia que tendría este vínculo diferencial que es la investigación creadora para nuestras sociedades, para nuestras vidas y también para las filosofías, las artes y las ciencias.
Debemos acercarnos entonces a un modo más fluido de habérnoslas con las ciencias, las artes y la filosofía: un modo más científico (al menos en la actualidad) de acercarnos a las ciencias mismas, y más artístico-creativo de aproximarnos a las artes, además de un modo más preciso de acercarnos a la filosofía: un modo más investigador en los tres casos.
Comencemos con la filosofía para notar esta acción común que atraviesa todas las disciplinas y en la cual ellas pueden unir sus esfuerzos en una política contra el poder que impide crear, contra la ciencia de Marte que ya denunciaba Lucrecio y que debe ser nuestra denuncia siempre. La filosofía ha tenido que bajar su tono de gran señora pues ya no podía ejercerse como un poder establecido y un generador de Universales dominadores. Como en todas las disciplinas, hay una zona potente de las mismas, una zona que produce, que hace, que actúa tanto teórica como prácticamente, a saber: la investigación y la aplicación; y otra zona, la del poder, que sólo fija y dogmatiza ya no los procesos sino los resultados de esos mismos procesos, fosilizando e impidiendo seguir pensando en y con ellos.
Así, por ejemplo, y de un modo similar a la filosofía, en el campo de las ciencias encontramos a los investigadores o investigadoras y, por otra parte, a una zona que elimina toda la aventura investigadora para hacernos creer en el dogma de una ciencia estricta e infalible digna de extenderse a todos los ámbitos de la vida. Pero esta última zona olvida los descubrimientos y los procesos creativos de la ciencia misma. Gracias a este dogma científico, el estudio de la meteorología, de los fluidos, de las singularidades, de aquello cuya esencia es el devenir se ha visto mermado, es decir, el dinero de la investigación, hasta la irrupción inesperada de la física cuántica no ha subvencionado apenas proyectos de este tipo a no ser para crear bombas atómicas. Dice Michel Serres en su Atlas:

“¿Qué es lo que daba miedo de la previsión y la meteorología? Anticiparse al futuro, evidentemente la ocupación arrogante del lugar de Dios; el modelo de las turbulencias desacreditado por la victoria de los newtonianos sin duda; el azar, el desorden caótico, con seguridad: la palabra menos pronto abandonó el clima y las nubes para pasar a significar en nuestros días los bólidos o aerolitos, volviendo así al territorio de la mecánica racional; de la probabilidad en fin, aunque nadie recuerda ahora qué significaba en su origen lo que se puede probar y no lo que se puede prever. Dime lo que excluyes y te diré lo que piensas (…).”[2]


Pero no sólo eso, esta fuerza de poder, no sólo ha afectado a las subvenciones en la ciencia, sino que ha ejercido su poder en la filosofía y en las artes que han dejado de tener un papel interesante de actividad y cambio en nuestras sociedades y, lo que es más peligroso, ha dividido las potencias creadoras y el mundo en el que vivimos en interior y exterior, como ya vimos en el texto de Serres: “Colmo de la paradoja, había que repatriar el mundo exterior, poderoso de los ríos y los vientos, de las llanuras y los volcanes, hasta la intimidad callada del sujeto dormido.”[3]

Amanda Núñez García



[1] T. Oñate: “De camino al Ser”, Estudio Preliminar al libro de Javier Aguirre Santos: La aporía en Aristóteles: Metafísica B, K-I–II, pp. 3-109, Madrid, Dykinson, 2007. Passim

[2] M. Serres: Op. Cit., p. 87.
[3] Ibíd, p. 88.

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