miércoles, 21 de abril de 2010

Superación de la crisis abertura al mundo

El siglo XX trajo consigo el fracaso de un modelo de sociedad con enormes repercusiones económicas, socio-políticas, ideológicas, y por supuesto filosóficas. Este infortunio estaba encabezado por la crisis del sistema liberal que impregnó no sólo los aspectos económicos o socio-políticos, como ya referimos, sino que arrastró a las artes y también a las letras. (…) Los filósofos comenzaron a cuestionarse el papel que la filosofía podía ejercer frente a la situación en la que se encontraban, para muchos fue su forzoso despertar a la realidad política lo que les llevó a poner en causa la filosofía, otros fueron absorbidos por los propios acontecimientos, permaneciendo, en el mejor de los casos, indiferentes frente a lo que estaba ocurriendo.
Lo que se inició en el mundo con la Primera Guerra Mundial y se ratificó tras la Segunda, fue una ruptura de la tradición, el fracaso de un modelo de sociedad con todas las repercusiones que eso conlleva. Los fenómenos políticos que se desarrollaron en la primera mitad del siglo XX habrían puesto de manifiesto no sólo la incapacidad de la filosofía de aprehender el dominio de la política, sino la imposibilidad del filósofo de abarcar la experiencia política contemporánea bajo sus discursos obsoletos sobrecargados por la herencia de una tradición que había mantenido la tensión entre la filosofía, en su sentido más contemplativo, y la política, entendida ésta como el hacer humano.
Al igual que Arendt, fueron muchos los filósofos que denunciaron a la tradición de pensamiento, reclamando una nueva forma de hacer filosofía basada en la crítica de las estructuras tradicionales y en la esperanza de abertura al mundo. Los asuntos humanos adquirieron un creciente interés entre los filósofos porque, en palabras de la autora, “sus encrucijadas teóricas han cobrado realidad tangible en el mundo contemporáneo”.
En el siglo XX, la política no sólo se convirtió en el problema central sino que devino un problema para la filosofía misma. (…) Son muchos los escritos arendtianos posteriores a los años 50 los que aluden a la necesidad de que el filósofo vuelva a valorar los acontecimientos mundanos, en una búsqueda incesante de una nueva vía que le permita superar la incomprensión filosófica de la política.
La autora carece de una verdadera propuesta, de un método infalible para superar esta crisis, sin embargo, no deja de intentar comprender, estableciendo una razón histórico-narrativa que le permita seguir pensando, sin recetas, sin barandillas, intentando simplemente comprender pues “la comprensión es el modo específicamente humano de vivir”. Entiende por comprender no apenas una función cognitiva del sujeto, sino un método que permita dotar nuevamente de sentido a la realidad11 tras las experiencias políticas totalitarias. El marco de pensamiento que la autora inaugura permite siempre dialogar, discutir al modo socrático, sacando a la luz nuestras ruinas y obligando al filósofo a posicionarse, a participar nuevamente en la plaza pública en la que todos los hombres se igualan sin perder su diferencia.
La equiparación de la historia del hombre a la historia del Ser, así como la concepción contemporánea de que los acontecimientos y el pensamiento están conectados, siendo el pensamiento considerado en sí mismo histórico, propició una mudanza muy significativa. Esta mudanza significa el abandono del filósofo de su pretensión de sabio, un gran logro (enfatiza la autora), que permitirá volver a examinar toda la esfera de la política a la luz de experiencias humanas elementares internas a la misma esfera. (…) No obstante, parece conveniente, en primer lugar, determinar si realmente es la filosofía en sí misma la que está en crisis, entendiendo por crisis un punto de no-retorno, el colapso de un sistema, o si por el contrario es una determinada manera de encararla lo que está en crisis. La postura que hemos tratado de defender a lo largo de esta comunicación es la segunda. Según este planteamiento, de nuevo serían las estructuras de pensamiento las que no consiguen adecuar la realidad a nuestros propios esquemas, motivo por el cual sería necesaria la creación de nuevas estructuras de comprensión. (…) Las transformaciones del mundo en el que vivimos exigen una nueva mirada (…). No se trata de decir adiós a la filosofía, dirá Habermas, de lo que se trata es de explorar las tareas de legitimación que pueden confiarse hoy al pensamiento filosófico.
Las problemáticas actuales, el conocimiento de dichas problemáticas escapa al saber de una sola persona y de una disciplina, no es posible abarcar la totalidad, no es posible conseguir esa unidad que pretende la filosofía en solitario. (…) En este sentido la filosofía práctica y en concreto, la propuesta arendtiana de una racionalidad práctica que permita vincular el pensamiento a la acción, asume un papel “redentor”, en la medida en que permite nuevamente a la filosofía sentirse parte del mundo, le devuelve la palabra (…).
La filosofía del futuro pasa por la implicación en los problemas que nos atañen a todos, pasa por no reducirnos a ser una historia de la filosofía, a ser sólo un pasado, sino por ocupar cualquier espacio del saber humano. De lo que se trata es de recuperar espacios de actuación, filosofía ante los retos medioambientales, filosofía ante los dilemas éticos, filosofía en la política, en las tecnologías,… pero filosofía, no historia de la filosofía, ésta debe ser sólo nuestro vademécum.







Pilar Pereila Martos

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